El batallón estaba listo para atacar. Algunos cargados de razones para aniquilar al rival sin el más mínimo miramiento, otros (los menos inteligentes, los borregos del grupo) se dejaban llevar e interpretaban a la perfección su papel de abultar y engrandecer en tamaño al conjunto de salvajes que los acogía.
Se dispusieron a acometer su objetivo.
Bajaron las viseras oxidadas, colocaron las puntas de lanzas en perpendicular a sus cuerpos y comenzaron a correr gritando desaforados, cargados de irracional adrenalina y sin pensar en qué podría haber más allá de la enorme puerta de hierro y madera que había tras el foso del castillo que guarecía a su enemigo.
Poco a poco avanzaban sin miramientos, arrasando brutalmente los caminos que pisaban y sintiéndose más y más poderosos animándose entre ellos a fuerza de golpes, voces y carreras.
Pero de pronto el Capitán frenó a sus hombres, creyó divisar algo que emergía de las profundidades...
Siguieron avanzando, esta vez con más sigilo.
A medida que se acercaban vieron como una muralla de hormigón y piedras gigantescas se alzaba frente a ellos, podían verla a kilómetros de distancia.
Algunos de los hombres (los menos inteligentes, los borregos del grupo) temblaron ante la idea de sucumbir a las flechas del pelotón que seguramente les esperaba tras la fortaleza y dieron media vuelta corriendo como cobardes gallinas dejando al batallón reducido a una simple cuadrilla.
Éstos siguieron su avance mortal sin importarles las consecuencias.
Cuando el reducido grupo con el Capitán a la cabeza se encontraba a no más de media milla de la enorme muralla, notaron como la tierra empezó a perder su firmeza y se sacudía violentamente, tanto que trozos de lo que parecía hormigón volaban por encima de sus cabezas.
Oyeron fieros rugidos, vieron como el cielo se volvía gris, y aterrados asistieron al derrumbe de las piedras sobre ellos.
Así fue como la Inteligencia venció al batallón formado por las Inseguridades (el Capitán y su cuadrilla) y los Celos (los menos inteligentes, los borregos del grupo).
1 comentario:
La envidia es una declaración de inferioridad...Napoleón I (1769-1821)
No basta saber, se debe también aplicar. No es suficiente querer, se debe también hacer.
Johann Wolfgang Goethe (1749-1832)
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