martes, 4 de septiembre de 2007

La historia de siempre

Ahí venían, todos juntos en pie de guerra.
El batallón estaba listo para atacar. Algunos cargados de razones para aniquilar al rival sin el más mínimo miramiento, otros (los menos inteligentes, los borregos del grupo) se dejaban llevar e interpretaban a la perfección su papel de abultar y engrandecer en tamaño al conjunto de salvajes que los acogía.

Se dispusieron a acometer su objetivo.
Bajaron las viseras oxidadas, colocaron las puntas de lanzas en perpendicular a sus cuerpos y comenzaron a correr gritando desaforados, cargados de irracional adrenalina y sin pensar en qué podría haber más allá de la enorme puerta de hierro y madera que había tras el foso del castillo que guarecía a su enemigo.

Poco a poco avanzaban sin miramientos, arrasando brutalmente los caminos que pisaban y sintiéndose más y más poderosos animándose entre ellos a fuerza de golpes, voces y carreras.

Pero de pronto el Capitán frenó a sus hombres, creyó divisar algo que emergía de las profundidades...
Siguieron avanzando, esta vez con más sigilo.
A medida que se acercaban vieron como una muralla de hormigón y piedras gigantescas se alzaba frente a ellos, podían verla a kilómetros de distancia.

Algunos de los hombres (los menos inteligentes, los borregos del grupo) temblaron ante la idea de sucumbir a las flechas del pelotón que seguramente les esperaba tras la fortaleza y dieron media vuelta corriendo como cobardes gallinas dejando al batallón reducido a una simple cuadrilla.
Éstos siguieron su avance mortal sin importarles las consecuencias.

Cuando el reducido grupo con el Capitán a la cabeza se encontraba a no más de media milla de la enorme muralla, notaron como la tierra empezó a perder su firmeza y se sacudía violentamente, tanto que trozos de lo que parecía hormigón volaban por encima de sus cabezas.
Oyeron fieros rugidos, vieron como el cielo se volvía gris, y aterrados asistieron al derrumbe de las piedras sobre ellos.

Así fue como la Inteligencia venció al batallón formado por las Inseguridades (el Capitán y su cuadrilla) y los Celos (los menos inteligentes, los borregos del grupo).


1 comentario:

Anónimo dijo...

La envidia es una declaración de inferioridad...Napoleón I (1769-1821)

No basta saber, se debe también aplicar. No es suficiente querer, se debe también hacer.
Johann Wolfgang Goethe (1749-1832)