Para algo están las palabras que a veces dicen más que los silencios aunque éstos sean capaces de estremecernos, helarnos o hacernos sonrojar. Puede incluso que todo a la vez, pero ahí ya nos confundimos y dejamos el camino amplio y despejado para adentrarnos en bosques de matorrales hermosos a veces y brumosos otras.
Podemos pisar un cepo por no mirar, o podemos acariciar serpientes si nos acercamos a árboles viejos con troncos horadados por termitas sin piedad.
¡Miremos! Es de la única forma, porque las palabras torpes oprimen miradas eternas y conducen al negro absoluto (que no merello) de las persianas cerradas de ventanas sin alfeizar de piedra blanca.
Para algo están los ojos, los que ven y los del alma que son los que intuyen. Tan importantes unos como los otros, los dos a la vez vencen si no se equivocan, en cambio si lo hacen nos llevan al más estrepitoso de los fracasos porque la ceguera y la inocencia cuando van de la mano no caminan hacia delante sino que dan vueltas en círculos concéntricos cada vez más pequeños hasta que chocan y se rompen en partículas diminutas sin dejar nada en pie.
¡Riamos! Es de la única forma, porque los labios están para algo más que para lo de siempre, y porque los dientes no son dos filas de huesos superficiales con más o menos marfil. Las cuerdas siempre están afinadas y emiten sonidos pegadizos, contagiosos, sinceros y de vocales abiertas cuando salen de dentro. Si salen por compromiso son aburdos y asonantes, tanto que mejor no emitirlos y si lo hacemos que los dientes sean capaces de formar barrera con manos en las partes nobles para evitar meter goles a los demás.
No quiero pisar cepos, no quiero flotar en el Universo ni quiero ser partícula diminuta, tampoco quiero meter goles. Quiero seguir siendo yo.
Por eso hablo, por eso miro, por eso río.
Próximamente más...
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