viernes, 10 de enero de 2014

¿Tanto hace?

Tres años desde la última entrada y nada ha cambiado respecto a la misma. Sigo sin superarlo, con el mismo sentimiento de pena y con los mismos muchísimos recuerdos de ella todos los días.

Es una herida del alma, una más que parece no cerrarse nunca.

Un alma que empiezo a cuidar más de lo que lo había hecho hasta ahora. Aprendiendo técnicas y contando con detalles que se me habían ido pasando por alto con el paso de los años.

Muchas metas por cumplir, muchos deseos de por medio y también muchos momentos de felicidad vividos.

Además hay nuevas personas que se acercan a nuestras vidas. Ahora empiezan a asomarse y les gusta lo que ven. Nos sentimos queridas, apoyadas e incluso admiradas.

Las personas antiguas empiezan a volar. Él tuvo una preciosa niña hace hoy catorce meses, y han decidido mudarse a las antípodas con una tesis doctoral bajo el brazo. Ojalá encuentre allí todo lo que busca, sea feliz y venga a vernos todo lo que pueda.
Ella comienza a compartir su nido con su él desconocido para todos salvo para su entorno cercano. Ya no somos su entorno cercano. Cada vez está más lejos. Cada vez sirven de menos los toques de atención, pero supongo que es ley de vida. 

Las personas llegan para compartir parte del trayecto en tu asiento, pero poco a poco van encontrando su estación de llegada y terminan recogiendo sus maletas y apeándose sin apenas despedirse.
Quizá volvamos a coincidir en algún momento del espacio-tiempo que compartimos en esta existencia, o quizá no seamos más que líneas en ángulo que ya han empezado a separarse inevitablemente. De todas formas siempre tengo en mi mente aquellos días en que coincidáimos en el mismo punto y jamás olvidaré todo lo que me ayudó cuando peor estaba.

Tenemos también una precioso ser que vino a casa hace casi dos años y que nos enseña tanto sobre el amor incondicional...



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